jueves, 10 de julio de 2014

Ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven


Una de las colecciones que más suelen llamar la atención a los miles de escolares, que cada curso, participan en nuestro programa de visitas guiadas a la biblioteca; es la estantería dedicada en la sección infantil a los libros en braille.

Pasear sus dedos por las texturas y los puntos que emergen formando palabras, podría ser un buen ejercicio de empatía, pero como nos suele pasar a todos: más allá de la curiosidad del momento, dudamos que lleguen a reflexiones  sobre la suerte de poder leer sin impedimentos de ningún tipo.


En este sentido, el Instituto Tecnológico de Massachusetts está desarrollando un prototipo que muestra la cara más útil de los avances tecnológicos. El FingerReader es un auténtico anillo del poder, con el que se pretende que las personas ciegas puedan leer texto impreso. El anillo va equipado de una cámara que al pasar el dedo por las líneas del texto, reconoce los caracteres a través de un software tipo OCR, y lo reproduce en una lectura en voz alta. Si en cualquier momento el invidente se desvía de las líneas, el anillo vibra avisando al lector para que vuelva a situar correctamente el dedo.

Otro avance interesante, es el proyecto de Libros con ilustraciones táctiles de la Universidad de Colorado, que a través de las, tan en boga, impresoras 3D, permite imprimir en relieve todas las ilustraciones de los libros infantiles, facilitando así su lectura para los niños invidentes. Avances que previenen la tecnofobia, al mostrar la cara realmente útil de la tecnologización de nuestro mundo.

Pero hay otras experiencias que persiguen promover la empatía con las circunstancias ajenas. En Tijuana, la biblioteca propuso a sus usuarios una ruta a través de la ciudad con los ojos vendados. Una manera de ponerse en los zapatos del otro, pero también una oportunidad para abrir el resto de sentidos a otros niveles de percepción sin necesidad de aditivos, ni viajes lisérgicos. Está claro que en Tijuana hay mucho más que tequila, sexo y marihuana, como rezaba la canción de Manu Chao.

En su Ensayo sobre la ceguera, ya decía Saramago aquello de: ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven. Después de todo, cada uno tenemos algún tipo de ceguera según con que asuntos, sin que tenga nada que ver con impedimentos físicos. Quizás por ello, la figura del ciego en la literatura da para tantos referentes aparte del Nobel portugués. Desde el trágico griego Edipo, pasando por la picaresca del Lazarillo, la bohemia de Max Estrella, o el adivino mitológico de Tiresias: el tratamiento de los personajes con problemas de visión en la literatura, tiende a retratarlos como clarividentes, obligados por las circunstancias a volcarse en un mundo interior muy rico, que les otorga un cierto halo de misticismo (si exceptuamos en este apresurado repaso, al ciego del Lazarrillo).

Aunque el ciego más famoso de la literatura, no sea un personaje propiamente dicho (aunque mucho se podría divagar al respecto) sino un escritor mítico como Borges. Él fue quien imaginó que el paraíso era algún tipo de biblioteca. Y no podemos estar más de acuerdo. Quien tiene una biblioteca a mano y no la disfruta, es la prueba irrefutable de ese dicho que reza: que no hay mayor ciego, que el que no quiere ver.

Y para cerrar, nada mejor que dejarse llevar por el arte que se disfruta por igual con los ojos abiertos que cerrados. El ciego de la música disco, funk y soul más influyente de todos los tiempos, en otra alucinante actuación del mítico programa Soul train.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece un post extraordinario, nunca se ha dicho tanto y tan delicadamente en relación a la ceguera mental.

Esperemos que con semejante estímulo todos seamos capaces de ver mejor no sólo lo visible si no también lo intangible.

El blog de la BRMU dijo...

Exacto, para ver las cosas realmente bien no es necesario ni abrir los ojos, pero sí la mente. Muchas gracias, nos alegramos mucho de que te haya gustado.