lunes, 22 de diciembre de 2014

El fantasma bibliotecario de las Navidades pasadas

Charlize Theron escalando en pos de un futuro dorado


En este blog somos dados a hilvanar de vez en cuando un post con otro, y si el anterior tocábamos los anuncios de perfumes a cuenta de David Lynch, este post lo iniciamos con otro anuncio de perfumes del momento. La creatividad publicitaria siempre resulta interesante: unas veces por el talento y el ingenio que despliegan, y otras veces, porque la publicidad resulta imprescindible para rastrear los valores o no valores por los que se mueve nuestra sociedad.

Pero dejémonos de sociologías de mercadillo, el caso es que el último spot protagonizado por la espectacular Charlize Theron para la casa Dior, nos la vuelve a mostrar desfilando deslumbrante por las galerías de un palacio versallesco, hasta que se topa con una sábana haciendo de liana, por la que trepará sin ningún esfuerzo hacia una claraboya que la lleva a la azotea; y desde allí divisa una ciudad del futuro que la aguarda. Su voz mientras tanto recita el mensaje del anuncio: “el pasado puede ser maravilloso, pero no es lugar para vivir”, concluyendo con el eslogan: “el futuro es oro”. Un vaticinio esperanzador que a todos nos gustaría que se cumpliese, usemos o no los perfumes de la marca Dior.

Las bibliotecas anegadas de Pablo Genovés


No somos capaces de vislumbrar si el futuro que aguarda a las bibliotecas es de oro, o de plomo, pero está claro que algunos sí que saben por dónde deberíamos movernos. Según un reciente informe sobre el estado de las bibliotecas en Inglaterra (ya hablamos de la situación realmente crítica que están viviendo en Ahora caigo), las bibliotecas si quieren sobrevivir y seguir siendo relevantes en el futuro deben emular a los coffee shops. Perdón por el anglicismo, pero el concepto de coffee shop anglosajón no es exactamente el mismo que cafetería en español, y desde luego nada que ver con el tipo de establecimiento que en Ámsterdam responde a esta denominación.

El informe en cuestión plantea este ejemplo a seguir para las bibliotecas, por lo acogedor y cálido que suelen resultar estos locales, con conexión wi-fi, asientos cómodos y confortables, y por supuesto por la posibilidad de tomarse algo mientras se lee o se usa el ordenador. En cierta forma el público busca lo acogedor de lo doméstico en un espacio público, ya lo experimentamos nosotros con nuestro saloncito vintage.

Nuestra Pasarela BRMU: ¿replantea lo que
debe ser una biblioteca?
También hace unos meses, en un encuentro que el centro de cultura contemporánea donostiarra Tabakalera propició entre 30 profesionales del mundo bibliotecario, se pronosticó que para el 2020, las bibliotecas serían como factorías (no sabemos si con tanto desfase como la de Warhol), espacios atractivos, patrocinados e intercambiables. Algunos de esas mutaciones ya las estamos viviendo casi sin darnos cuenta en la BRMU. Que ahora mismo haya un escaparate de moda nada más entrar, ya es un indicio.

Y como ante cualquier cambio surgen resistencias, algún usuario ya nos ha comentado vía tweet que pensaba que una biblioteca era un lugar de estudio, y no un lugar para exposiciones, ni visitas guiadas. Todo cambio debe afrontar resistencias, y no solo por parte de los usuarios, en ocasiones, algunos miembros del propio personal de la biblioteca son los que miran con más desconfianza los cambios que se van introduciendo. Pero si no queremos acabar como una fotografía trucada de Pablo Genovés (que ilustran este post y que expone estos días en Madrid); más nos vale cuestionar las ideas sobre lo que se supone es una biblioteca. Si no queremos que el fantasma bibliotecario de las Navidades pasadas nos visite dentro de unos años, para mostrarnos todos los errores que cometimos hasta llegar a la irrelevancia total.




La última novela de Marías
No hay nada sacrílego en cuestionar lo tradicional. En otro orden de cosas, nuestro patrono laico el escritor Javier Marías (lo alzamos a los altares bibliotecarios por ser uno de los pocos intelectuales patrios que ha denunciado con firmeza los recortes presupuestarios a bibliotecas), en la entrevista que concede este pasado fin de semana a Babelia, se reafirma en su crítica al hecho de que le concedieran el Nobel a Cela, y dice a las claras lo que no soporta de Galdós. En su caso, son simples expresiones de sus gustos personales, pero su iconoclasia es saludable por lo que supone de no dar nada por sentado, ni admitir dogmas literarios por el simple hecho de estar públicamente reconocidos. Definirse por afinidad es tan importante como definirse por oposición. Y las bibliotecas, o mejor, los bibliotecarios en esas estamos.

Y cuanto más tardemos en desembarazarnos de las rémoras, más tardaremos en vislumbrar ese futuro de oro que promete el anuncio de Dior (futuro que, por cierto, podría patrocinar la marca en cuestión, dada la publicidad que le estamos haciendo). Ahora eso sí, siempre habrá cosas del pasado a las que nunca tenemos porque renunciar. Por ejemplo a ser más tradicionales que nadie cuando se trata de estas fechas, y cerrar con un villancico.

David Bowie visitando al veterano Bing Crosby en su especial de Navidad allá por los 70, ejemplifica a la perfección lo que hablábamos. El joven más moderno y el clásico entre los clásicos, reconociendo mutuamente lo que tienen de bueno el uno y el otro. No hay mejor metáfora para ponernos pastelosamente navideños, y al mismo tiempo ponerle música a la idea que plantea el post:


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