Hay personas, empresas, instituciones que cuando alrededor se va extendiendo la confusión, los nervios y los temores, deciden arriesgar, dar un paso adelante, y el tiempo termina por otorgarles el estatus de pioneros, de guías que todos los demás seguirán. Ha sido el caso de la editorial norteamericana Simon & Schuster, que en unos de esos ejemplos de inteligencia empresarial que tanto nos gusta celebrar: ha decidido ceder todo su catálogo de libros electrónicos (cerca de 14.000 títulos) para que se puedan prestar en las bibliotecas públicas de los Estados Unidos y Canadá; y próximamente en Nueva Zelanda y Australia.
Según su director general, están encantados de ofrecer sus fondos digitales para el préstamo en bibliotecas, por considerarlas instituciones culturales vitales que promueven la educación, la alfabetización y atraen nuevos lectores para sus autores. Lo dicho, no hace falta ser muy lince para darse cuenta de algo tan obvio; pero el caso es que esta editorial estadounidense ha hecho algo que hasta ahora pocas se atreven. Y no estamos hablando de una editorial nueva y pequeña, a la que pueda interesarle promocionarse sea como sea. Todo lo contrario, Simon & Schuster existe desde 1924, y cuenta con un largo historial de obras editadas con gran tirón comercial.
En el catálogo de las bibliotecas se añadirá un botón que permitirá comprar la obra en cuestión. Esta "intromisión" del aspecto comercial en la oferta de un servicio público no ha dejado de provocar voces en contra. La editorial responde resaltando la posibilidad de otra fuente de financiación para sortear los recortes que nos paralizan a las bibliotecas; y una vez más, el peliagudo debate sobre lo público y lo privado en el ámbito bibliotecario vuelve a resurgir.
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Por su parte, la ALA (Asociación Americana de Bibliotecas) ha dado su visto bueno a la iniciativa. Guste más o menos, lo que está claro es que editoriales, autores, librerías y bibliotecas estamos en el mismo bando: a todos nos beneficia fomentar la lectura. De ahí el cartel-pendón (con todos nuestros respetos para los pendones) que engalana nuestra fachada durante estas fiestas, y que apoya a las librerías sugiriendo que esta Navidad regales libros.
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Es de justicia, si las librerías reclaman más presupuestos para las bibliotecas públicas, las bibliotecas defendemos a nuestras librerías. No podrán competir con los grandes monstruos distribuidores de Internet, pero nos proporcionan experiencias de socialización y de placer a la hora elegir nuestras lecturas, que lo digital nunca podrá ofrecernos. Precisamente hace unos meses saltó la noticia de la creación de librerías dentro de las bibliotecas públicas catalanas. Ya no es un simple botón en el catálogo, es que el propio negocio privado comparta espacio con las instalaciones públicas. Una experiencia que seguiremos de cerca.
Una vez se llegue a digerir toda esta revolución digital que estamos viviendo, será el momento de contar las bajas, y confiamos en que pese a todo: bibliotecas y librerías sigamos en la brecha. Que las tensiones entre lo digital y lo analógico se relajen, y que al igual que Papá Noel y los Reyes Magos se reparten el mercado navideño de los regalos: las bibliotecas y/o librerías y Google tengan sus propios nichos de mercado (por seguir con aquello de la jerga comercial).
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