miércoles, 26 de marzo de 2014

Pilates literario

Gimnasia para escritores de Eliza Clark

No sabemos el momento histórico exacto (tendremos que recurrir a nuestras fuentes), en el cual, el cultivo de la mente y el cuerpo se deslindaron de tal manera, que el ejercicio físico y el intelectual parecieran casi antagónicos. Debió ser por la Edad Media con la demonización de la carne que trajo la Inquisición, y la separación entre cuerpo y espíritu, que tanto daño nos sigue haciendo. Pero lo cierto, es que entre el gymnasion griego, y el bodypump, el spinning, el bodybalance o la batuka de los gimnasios actuales, pocas similitudes se encuentran.

De ahí que la figura del intelectual siempre se asocie a un individuo de expresión interesante (si no fuma en pipa en la foto de la contraportada, que ya anda en desuso, sí al menos con gafas), para el que las cuestiones del ejercicio físico quedan muy lejos de sus intereses. Y como todo tópico, sólo hace falta repasar a algunos de las figuras literarias más relevantes, para que la figura de sedentarismo que se asocia a los escritores se desarme por completo.

El ejemplo más significativo, por actual, sería el de Murakami. El escritor japonés relaciona su gran afición por correr con la creación literaria en su obra: De qué hablo cuando hablo de correr. Para Murakami escribir es una labor física, y a la inversa, el ejercicio físico es algo espiritual. Si a lo largo de la historia no han sido pocos los creadores que han buscado abrir las puertas de su percepción a través de las drogas; el deporte, puede llegar a ser una mejor forma de abrir la mente a otros niveles.

Montaigne ya habló de la importancia del ejercicio físico, como parte indisociable del desarrollo personal. Y bien por seguir esta máxima, o por dar salida de manera física a tantos demonios internos: la relación entre los literatos y la práctica deportiva es más fecunda de lo que pudiera parecer.

Hemingway boxeando consigo mismo


Kerouac, atleta universitario
Desde Hemingway, que fiel a su exaltación de la virilidad se volcó en la práctica del boxeo; Julio Cortázar fue un aficionado al tenis; Milán Kundera rompió el estereotipo de intelectual enclenque al sumar a su ya de por sí envergadura física, la práctica del levantamiento de pesas; Jack Kerouac ganó una beca en la Universidad de Columbia para jugar al fútbol americano; o la mismísima Agatha Christie, fue pionera en practicar el surf en las playas de Ciudad del Cabo o Honolulu.

Agatha Christie, pionera del surf
Claro que si hablamos del deporte rey, el asunto convoca a muchos más nombres (¡ojo! escritores que jugasen al fútbol, no que escribieran o les gustase, que eso daría para muchos capítulos) entre los más significativos estaría Albert Camus. El autor de La peste o El extranjero, que de no ser por la tuberculosis que le atacó a los 17 años, estaba decidido a volcarse profesionalmente al deporte que era su pasión. Y del balompié, extrajo muchas de las conclusiones morales y de comportamiento que conformaron el ideario ético que luego transmitió a través de sus obras.

Y tantos, y tantos otros literatos para los que el ejercicio creativo formaba y forma un todo con el físico, nutriéndose de ambos a la vez. ¿Cuándo se podrá de moda en los gimnasios el bodybook, o el reading en circuito o el pilates literario? Más de uno nos abonaríamos a esas clases.

Norman Mailer en desigual pulso con Cassius Clay


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