lunes, 13 de enero de 2014

Llamada en espera

Teléfono langosta de Salvador Dalí




















 
Joseph Grand, un personaje secundario en la portentosa novela La peste de Albert Camus, aprovecha los ratos libres en su trabajo como funcionario, para escribir la novela perfecta. Una obra maestra absoluta, en la que cada palabra encajase de tal manera, que ningún lector sea capaz de imaginar elección más acertada, una vez la leyera.

Un empeño que el personaje, confia a su minuciosidad y talento, sin saber que en el futuro (es decir, en nuestros días) basta con aplicar una operación de cálculo para que la llamada del éxito literario, le llegara de manera tan fulminante como la plaga que da título a la obra de Camus.

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Ha sido en una universidad neoyorquina, donde se ha desarrollado un algoritmo que permite determinar con un 84% de fiabilidad, si una obra literaria será o no, un éxito. Las recomendaciones que plantean los investigadores son: evitar lugares comunes, y no abusar de los verbos y los adverbios. En cambio, parece que hay barra libre para el uso de adjetivos (cuyo exceso, según Alejo Carpentier, arrugaba el estilo), y conjunciones y números, son bienvenidos.

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Ni el mismísimo Henry Ford, cuando inventó la cadena de producción hubiese imaginado que el arte, la creatividad, se podría serializar hasta este punto. Si Walter Benjamín certificó la pérdida del aura de la obra artística, a raíz de la reproductibilidad técnica: ante el algoritmo fabricante de best sellers, sólo cabe encomendarse a Andy Warhol.

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Pero, por aquello de cubrirse las espaldas, los científicos previenen la falibilidad de su algoritmo, dejando un 16% a la suerte. Y debe ser por ese margen, por el que se han colado recientes bombazos comerciales, de esos que parecen diseñados con algoritmos. Desde el último disco de Lady Gaga, la superproducción El llanero solitario versión Disney, o el nuevo boom editorial Infierno de Dan Brown, que pese a las expectativas que siempre generan sus artífices, no han obtenido los resultados previstos.

Y es que piratería aparte, el azar sigue haciendo girar la ruleta. Pueden manufacturarnos los gustos, estandarizarnos cual maniquíes, pero siempre estará ese componente que afortunadamente escapa a cualquier control de calidad; y que hace que la llamada del éxito, permanezca esquiva a quienes quieran hacerle un molde. ¿Qué algoritmo podría calcular el sentimiento que hay que poner para cantar como Sharon Jones? Ella también espera una llamada en este vídeo, pero sin confiar su suerte a fórmulas matemáticas, sino a sus propias y drásticas decisiones.
 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Unos le llaman azar, otros el destino, otros la Santísima Providencia, otros lo que Dios quiera. El caso es que por más que nos empeñemos a jugar a ser dioses, siempre habrá algo que se nos escape, por más que evolucionemos siempre los sentimientos y la vida misma está fuera de tanto cálculo. Por algo somos Hombres no Dioses.
Uy!! ahora la BRMU también es filosofa. Bueno en realidad quién no lo es.

El blog de la BRMU dijo...

En este caso al menos, filósofos en zapatillas. Pero este tipo de asuntos, siempre da juego para reflexiones de lo más variado.