Publicado: el 21 de diciembre de 2012
Reflexionando: ¿realmente seguimos siendo un templo de la alta cultura?
Bodegón bizarro: vida íntima de la mujer, reloj de pared chino, corazones con flores musicales de Estambul, sobre arreglo floral de plástico |
No sabemos si la imagen canónica de lo que se supone es una biblioteca, habrá quedado muy dañada tras esta serie bizarra, pero no vamos a lamentar algo que nos importa muy poco. Nos aburren tanto los estereotipos bibliotecarios, como esa dictadura del supuesto buen gusto que trata de sofocar esa vitalidad, y alegría de vivir de lo abiertamente hortera.
Bodegón monárquico: Bodas reales por Jaime Peñafiel, crónica del romance, merchandising conmemorativo, y nota patriótica en el platito folklórico en 3-D |
Tampoco es que aboguemos por pasar de ser templos de la alta cultura a bibliotecas choni (concepto éste que habrá que desarrollar convenientemente en el Glosario BRMU, que poco a poco vamos conformando en este blog): pero si somos instituciones al servicio de la sociedad, es normal que reflejemos esa cultura de masas que se ha ido fraguando desde el siglo XVIII, y que ha derribado (para bien y para mal) tanta torre de marfil que convertía lo cultural en algo academicista y esclerotizado.
Composición músico-floral, con perfume envasado en rosas de cristal |
Pitillera mecánica, recuerdo de Totana |
Como dice otra compañera nuestra (R.F. por seguir con el baile de iniciales) nos debemos a nuestro público cual folclóricas de la cultura. Así pues, en la época de los realities de todo tipo y condición, desvelamos una práctica habitual entre algunos compañeros, que durante años fomentaron esa sensibilidad especial, adquiriendo objetos a lo largo y ancho del planeta. Y todas estas ofrendas, cual exvotos paganos, fueron configurando este santuario con aires de teletienda o mercachino, que hoy desvelamos aquí en rigurosa exclusiva.
Bombonera de rosas londinense, y ángel de la guarda con purpurina |
En un alarde de cosmopolitismo, se acumulan piezas adquiridas en el Jan el-Jalili de El Cairo, en el Gran Bazar de Estambul, en tiendas de souvenirs de Sicilia, Londres, Valencia, o en los chinos del murciano barrio de El Carmen. No existen fronteras capaces de contener nuestro culto secreto.
Fruto de todo ello, es esta sesión de fotos en la que brillan con luz propia el kit de Michael Jackson, que incluye muñeco articulado con hits del cantante (que pueden escucharse presionando un botón a su espalda), y la inefable Barbie de mercadillo, con una falda de cartulina repleta de volantes confeccionados con papel higiénico rosa.
Jacko y Barbie, cual gnomos en Amelie, posando en varios lugares emblemáticos de nuestro centro |
Alta cultura/baja cultura, apocalípticos/integrados, lectura impresa/lectura digital, gafapastas/chonis, devoradores de best seller/letraheridos exquisitos, pobres/ricos, ancianos/niños, cultura de masas/cultura elitista, mainstream/hipsters. En el tótum revolútum del panorama actual, las bibliotecas públicas a todos acogen, y a todos procuran contentar.
Si desde el siglo XX, la cultura más viva no puede respirar en lo académico sin dejarse contaminar, quizás sea el momento de renunciar al uso de bizarro según la acepción anglosajona, que hemos adoptado en esta serie, y ajustarnos a la definión que la RAE da de esta palabra: valiente, generoso.
Ser valientes y reformular lo que debe ser una biblioteca, lo que supone ser bibliotecario, sin apriorismos, ni prejuicios, desechando lastres sin olvidar nuestras esencias, ni renunciar a lo que venga. Solo así, las bibliotecas (aún cuando mutemos en otra cosa) seguiremos teniendo sentido.
Pero retomemos el espíritu menos solemne para finiquitar la serie. Si de algo ha podido servir esta BRMU Bizarra es para que algunos se enteren, por fin, de que la biblioteca no tiene porque ser un sitio aburrido, amuermante y rancio. La cultura, como la belleza, será convulsa o no será que decía Breton; así que más que un lavado de imagen, confiamos en que haya sido toda una ducha.
Y cantando y bailando rock and roll bajo la ducha decimos adios, gracias a toda una musa de este universo exagerado y artificialmente brillante al que hemos rendido culto: Mamie Van Doren y su Hey mama!
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