Como era de esperar, el estreno de la última entrega de la saga Los juegos del hambre, ha arrasado en taquilla. Da un poco igual la valoración crítica que haya recibido, las franquicias que Hollywood pone en marcha últimamente en formato serie para adolescentes, tienen el éxito asegurado (y eso que Los juegos del hambre no sale mal parada en consideración crítica en comparación con otras).
En estos casos la fidelidad o no respecto del original literario siempre es un tema recurrente; pero mucho nos tememos que en cualquier caso no será un título a tener en cuenta en las listas que cada cierto tiempo publica algún medio, sobre las mejores adaptaciones al cine de precedentes literarios.
Durante muchos años, El padrino de Coppola copa el primer puesto en estas listas que tanto juego dan para debates posteriores; pero repasando un poco las difíciles, en ocasiones, relaciones entre cine y literatura se puede encontrar un poco de todo.
Equivalente a la contundente metáfora de la primera fotografía. Aquí el iceberg reparte méritos de manera más ¿ecuánime? entre cine y literatura |
Cierto es, que pocas veces se valora más la adaptación que el libro (ya es un lugar común dárselas de cinéfilo-letraherido pontificando que el libro era mejor) pero algunos casos se han dado. El más significativo tal vez sea el de Orson Welles y La dama de Shangai.
Rita Hayworth con el pelo corto y rubia, la mayor afrenta de Welles a Hollywood |
Otro genio del celuloide, que también tenía afición por convertir en fetiches a sus actrices, y jugar con los cambios de tinte de sus cabellos: Alfred Hitchcock, hizo otro tanto con Psicosis, basada en una novela del olvidado Robert Bloch, que el mago del suspense convirtió en una maravilla que abrió la veda para las generaciones posteriores de psicópatas que inundarían las pantallas en las siguientes décadas.
Y viceversa, también ha habido escritores que poco menos que montaron una campaña de descrédito contra la adaptación cinematográfica de su obra. Por citar un ejemplo cercano, los ataques por parte de Antonio Gala a la adaptación que Vicente Aranda hizo de su best seller La pasión turca en medios escritos y platós televisivos, de poco sirvieron para impedir que la gente fuera al cine atraído por ver a Ana Belén en una historia de amour fou en pleno Estambul.
Tal vez el mayor pecado de una adaptación cinematográfica sea precisamente el ansia por ser fiel. La obsesión por la fidelidad, en este caso, puede llevar al desastre más absoluto, a meras estampas en movimiento de esa parte del iceberg inmensa que es el original literario. Por eso, los cineastas más personales saben hacer suya la obra original; creando otra obra diferente, que ha de gustarnos o disgustarnos por sí misma, no porque se parezca más o menos al texto en el que se inspiró.
Podríamos seguir repasando la fructífera, y a la vez tormentosa, relación entre literatura y cine, pero ya habrá tiempo de hacerlo en más entregas. De momento nos quedamos con un chiste que circula por la red, y que no puede venir más a cuento:
Dos cabras están comiéndose una cinta de vídeo. “¿Te gusta?”, le pregunta una a otra. “En fin… a mí me gustó más el libro”
2 comentarios:
Creía que un blog no me podría provocar tanto entusiasmo y ansiedad por leer una nueva entrega sobre todo cuando el tema es tan interesante como la relación cine-literatura, una nueva lección para mis pretenciosos prejucios, Enhorabuena una vez más.
Uff vaya responsabilidad ;) Muchísimas gracias, nos anima mucho, nos dan ganas de seguir buscando nuevas perspectivas sobre temas interesantes.
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