Se cumple un año de una entrada que ocupa uno de los primeros puestos en nuestro ranking de más visitadas hasta el momento: Soy bibliotecario, soy feliz. Insultantemente optimistas, hace ahora un año poníamos la mejor de nuestras caras cuando ya había muy pocos motivos para ponerla.
Visiones desde dentro del laberinto |
Un año después, ¿podemos seguir siendo felices? Sería arriesgado contestar, pero como pese a todo las bibliotecas y los bibliotecarios aún no nos hemos extinguido, sí que podemos plantearnos nuevas reflexiones.
David Cantero |
Pero a este respecto, nos parece oportuno extrapolar las palabras del periodista David Cantero en una reciente entrevista. Cantero al preguntarle por lo que se está dando en llamar periodismo ciudadano (cualquiera con un móvil puede ejercer de periodista y captar la noticia) contesta:
“Me da cierto recelo ese título, como me lo daría el de cirugía ciudadana. Me inquietaría que cualquier aficionado me operase o pilotara los aviones en los que viajo. El periodismo, aunque a veces no lo parezca, es un asunto muy delicado.”
No es que pretendamos equipararnos con el periodismo (aunque no deja de ser curioso que en la Universidad de Murcia, los estudios de Biblioteconomía compartan facultad con los de Periodismo), pero en una sociedad infoxicada, como está de moda decir, quizás sean más necesarios que nunca profesionales acostumbrados a manejar fuentes fiables, a organizar la información para que cada uno la use adecuadamente, y llegue a sus propias conclusiones, y preservar esa memoria cultural que cada vez es más vital recordar a las nuevas generaciones, para que no se cometan siempre los mismos errores.
Los bibliotecarios estamos inmersos en nuestro propio laberinto, un laberinto levantado entre ebooks, redes sociales o libros impresos, y por eso la instalación que han hecho en la Olimpiada Cultural londinense paralela a los recién concluidos Juegos olímpicos, y bautizada con el nombre de aMAZEme nos ha prestado la metáfora visual perfecta para la situación de nuestra profesión en la actualidad. Se trata de un laberinto hecho con libros en el que perderse, rodeado de pantallas que proyectan luces y sonetos de Shakespeare y otros tanto autores. Una vez concluya la instalación, los libros serán entregados a una ONG.
Si en la revolución industrial del XIX, miles de oficios se extinguieron ante las nuevas tecnologías; en la revolución digital otros tantos desaparecerán. Puede que estemos llamados a ser uno de ellos, pero de momento es difícil ver la decadencia en nuestras salas repletas de gente, en nuestras actividades con listas de espera, o en nuestras novedades que siguen volando de las estanterías. Mientras esto se mantenga, al menos, nos resta algo de tiempo para poder seguir buscando la salida al laberinto.
2 comentarios:
Hay profesionales que opinan que el peligro está en los recortes por la crisis (o aprovechando la crisis, no sé). Otros pensamos que el riesgo va mucho más allá y que afecta al concepto central de la institución "biblioteca" que todavía sostienen muchos. O ese concepto varía hacia una adaptación a los cambios producidos por las tecnologías y a las demandas de la sociedad (anticipándose a ellas, incluso, o creándolas), o será verdad que la biblioteca va a dar con el Minotauro.
Recurrir a algo tan manido (y falso según sostienen los especialistas) como que la palabra crisis en chino significa oportunidad, no deja de ser una manera como cualquier otra para infundirnos esperanza. Pero la crisis dudamos que sea el motivo del replanteamiento que la profesión debe hacerse, más bien es un añadido que agudiza la situación.
La figura del bibliotecario quizás debería replantearse como el último reducto de la formación humanística, alguien que como profesional de la cultura, debe tener los oídos, ojos y sentidos abiertos a precisamente eso: la cultura. Y que sirva para orientar a quienes se acercan a su centro, animar el cotarro cultural de su comunidad, y descubrirles nuevas cosas.
Frente al aburrido cliché del bibliotecario catalogador oponer el bibliotecario que socializa la cultura, que la hace fácil, accesible y atractiva para el usuario. Con este factor social (que es lo más valioso en los tiempos de la comunicación fría en los que vivimos) la figura del bibliotecario difícilmente perderá vigencia.
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