La irrupción de los códigos QR o los Bidi, que no hay que confundir aunque vengan a ser lo mismo, ha motivado que ahora estés fuera de juego si no pones un código de esos en tu vida. Si hasta los autobuses llevan impresos los QR/Bidi, las bibliotecas no vamos a ser menos.

Sin duda, como todo, habrá que esperar que dichos códigos vayan extendiéndose cada vez más, y que más gente disponga de smartphones; pero no deja de ser sintomático de ese miedo casi atávico que nos invade a los bibliotecarios, ante la posibilidad de quedarnos desfasados.
Y no hay que irse muy lejos para comprobarlo, simplemente hay que fijarse en este blog: ¿qué sentido tiene un código QR en el margen derecho, si quien lo vea ya está en el blog? El argumento con que nos justificamos en su momento, es que alguien podría querer capturarlo para seguir el blog a través del móvil. En fin, podría ser, pero seamos sinceros, el caso es que quedaba guay, y dábamos imagen de estar al día. Pecados veniales en cualquier caso (o con eso nos consolamos).
En este sentido, otra noticia ha venido jocosamente a incidir en el asunto. Dejamos las bibliotecas atrás, y nos vamos al campo, concretamente a una granja en la verde e idílica campiña inglesa, en la que hasta hace poco podíamos purgarnos del empacho tecnófilo en el que estamos inmersos. Pero todo nuestro bucólico viaje puede verse alterado si nos cruzamos con Lady Shamrock, una lustrosa y hermosa vaca a la que sus propietarios no han tenido otra idea, que adornar con un código QR.
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Lady Shamrock, ajena a las nuevas tecnologías |
No tenían bastante las pobres vacas con haber sido acusadas de ser unas pedorras, para que ahora sus manchas se transformen en un código QR. Leyendo el costado de la vaca frisona, se obtiene informacion sobre la granja en cuestión, sus procesos y sus productos. ¿Cabía imaginar mejor valla publicitaria?
La ciencia avanza que es una barbaridad, que diría Gracita Morales en una película de los 60; y nosotros lo suscribimos, pero sin perder de vista el norte para no terminar como cencerros por culpa de la tecnología.
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Tríptico La granja de Antonio de Felipe |
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