El artista chino Liu Bolin, el camuflaje hecho arte |
Una biblioteca invisible es una colección de libros que nunca han existido, pero que con los que muchos bibliófilos han soñado alguna vez. La compulsión bibliófila puede ser como cualquier otra adicción, de las que engrosan minutas de psiquiatras; pero socialmente está algo mejor vista, tal vez, porque los que la padecen suelen ser menos visibles.
El fantástico bulo de Fortsas |
Pero la invisibilidad y las bibliotecas dan para mucho más. Sobre todo últimamente en Carolina del Norte, donde la novela El hombre invisible de Ralph Ellison, que abordaba los problemas de identidad de la población negra estadounidense: se intenta prohibir por ser considerada una lectura poco apropiada por algunos padres. Un nuevo caso de Amor y pedagogía mal entendido.
Los problemas de identidad son una constante en el mundo digital, donde precisamente tan frágiles son las identidades. Las bibliotecas, aunque temamos que nos la suplanten, a veces estamos al borde del síndrome de Zelig (la maravillosa película de Woody Allen) o como auténticos Transformers (otra cita cinéfila menos exquisita): continuamente observando aquí y allá a ver en qué nos convertimos con tal de no ser invisibles.
Woody Allen mimetizado de color en la genial Zelig |
Abrazando lo invisible |
Asumimos nuestra parte de culpa, y por eso prometemos arrancar este curso con nuevas propuestas que, salvo problemas severos de visión, hagan que nuestra biblioteca no sea invisible para nadie. Camuflarnos, mimetizarnos y llamar la atención al mismo tiempo, aún a riesgo de terminar como la cebra protagonista del fantástico vídeo de Capital Cities.
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