Comencemos entonando un mea culpa por el sensacionalismo de nuestro titular, pero nos los sirve en bandeja la noticia que recogemos en esta entrada. Killing Librarianship (es decir, literalmente Asesinando la Biblioteconomía), es el título de un artículo del profesor David Lankes de la Escuela de Estudios de la Información de la Universidad de Siracusa; solo que la acepción del término killing (asesinando) que el profesor adopta, es la propia del argot callejero, con el sentido de “pensar a lo grande” asesinando lo que nos estorba (que rizando el rizo en nuestro caso, serían los denominados bibliotecarios asesinos)
Este artículo ha sido una de las inspiraciones para la bibliotecaria Lauren Smedley, que ha convertido la biblioteca en la que trabaja (The Fayetteville Free Library, en Nueva York) en la primera biblioteca pública en contar con un Fab Lab (abreviatura de fabrication laboratory) o lo que es lo mismo: un laboratorio para que los usuarios desarrollen sus habilidades y puedan materializar sus proyectos.
Lauren Smedley ideando cómo asesinar bibliotecarios |
La idea proviene de una situación que estamos planteando repetidamente en este blog: el avance imparable de lo digital, obliga a las bibliotecas públicas a redefinir sus servicios, a repensar sus espacios, en definitiva al tan manido concepto de reinventarse.
Otro artículo en Make Magazine, a principios de año, planteaba la cuestión en estos términos: ¿Es tiempo de reconstruir y rediseñar las bibliotecas y hacer “techshops”?, que vienen a ser precisamente lo que la bibliotecaria neoyorquina ha creado en su biblioteca: un espacio para que los usuarios puedan formarse y crear aquellos proyectos que deseen, gracias a que las bibliotecas ponen a su disposición equipamientos, software y las tecnologías necesarias.
Casa FabLab |
Los Fab Lab no son algo nuevo en sí, existen desde hace tiempo (sin ir más lejos en Barcelona) como centros de investigación y producción que disponen de máquinas de fabricación digital de última generación para la creación de objetos a partir de las tecnologías digitales. Estos centros conforman una red mundial de laboratorios en los cuáles se puede hacer casi de todo; y enmarcándolos dentro de una biblioteca la transforman casi en un taller en el que nuestros usuarios pasan de consumidores pasivos a creadores, superando el perfil cerrado que los Fab Lab suelen tener en el resto de instituciones en que se crean.
¿Cómo puede pensarse en grande cuando los presupuestos en nuestras bibliotecas hay que pensarlos cada vez más en pequeño? La respuesta más socorrida e impertinente sería buscándose la vida, pero es que eso fue lo que hizo Lauren Smedley recurriendo a IndieGogo, una plataforma a través de la cual cualquiera puede crear una campaña para recaudar fondos y “venderse”. En este vídeo se puede ver a la bibliotecaria publicitando su proyecto a través de dicha plataforma, a la busca y captura de inversores.
Si finalmente la legislación de mecenazgo cultural se modificara, y convirtiera a las bibliotecas públicas en objetos del deseo para la desgravación fiscal, quizá ideas como la de crear un Fab Lab en nuestro centro no nos suenen tan remotas.
¿Cómo puede pensarse en grande cuando los presupuestos en nuestras bibliotecas hay que pensarlos cada vez más en pequeño? La respuesta más socorrida e impertinente sería buscándose la vida, pero es que eso fue lo que hizo Lauren Smedley recurriendo a IndieGogo, una plataforma a través de la cual cualquiera puede crear una campaña para recaudar fondos y “venderse”. En este vídeo se puede ver a la bibliotecaria publicitando su proyecto a través de dicha plataforma, a la busca y captura de inversores.
Si finalmente la legislación de mecenazgo cultural se modificara, y convirtiera a las bibliotecas públicas en objetos del deseo para la desgravación fiscal, quizá ideas como la de crear un Fab Lab en nuestro centro no nos suenen tan remotas.
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