miércoles, 5 de agosto de 2015

¿Biblioteca o discoteca?


Si había una anécdota habitual cuando no imperaban los móviles tanto como ahora, y de la que casi ninguna biblioteca se libraba: era la de la llamada telefónica al fijo de algún usuario, que éste no se encontrara en casa; y nos atendiera algún familiar con problemas auditivos. La confusión entre biblioteca y discoteca era todo un clásico: no sabemos si porque en la mayoría de los casos la afición del nieto o hijo era más proclive a las discotecas que a las bibliotecas; o porque a ciertas edades se añoran más las discotecas que las bibliotecas.

Como explica el lingüista aficionado Saul H. Rosenthal en su libro Todo el francés que usas sin saberlo, las palabras biblioteca, discoteca y disco (en este orden evolutivo) establecieron un auténtico baile desde su origen francés, hasta llegar a colarse en el inglés, y terminar implantando el término global de Disco, para referirse a los locales donde se baila al son de los ritmos de moda. Así que lo que contamos a continuación, tiene todo el sentido.

"La décima planta es para estudiar en silencio"

Ya hablábamos en Silencio de las Silent Reading Parties, algo que se hace en las bibliotecas desde la noche de los tiempos (leer en grupo en silencio) y que ahora adoptan bares y cafés. Por ello, resulta de justicia que ahora las bibliotecas nos apropiemos de lo que se hace en las discotecas: bailar y escuchar música (lo de ligar no hace falta que nos lo apropiemos, porque desde siempre la biblioteca ha sido un buen sitio para ligar, al menos en teoría).

Durante los últimos tiempos han sido varias las bibliotecas que han puesto en práctica lo de convertirse en una Discoteca silenciosa. Se trata de bailar al son de una misma música compartida, tal cual como mandan los cánones discotequeros: sólo que con unos auriculares puestos. No disponer de unos auriculares en este caso es realmente quedarse fuera de la fiesta; aunque también resulta de lo más curioso, observar a un nutrido grupo de usuarios sacudiéndose en silencio al ritmo del DJ, como en una película muda. Pero una imagen en este caso, sí que vale por mil palabras. La de la biblioteca de Powell en la Universidad de Los Ángeles, donde se celebró uno de estos eventos silenciosos, resulta de lo más elocuente:






Las Discotecas silenciosas, forman parte de los denominados Eventos silenciosos que de un tiempo a esta parte se han ido extendiendo, y haciendo surgir nuevas empresas que se dedican a organizarlos, allá donde los reclaman. En la BRMU queremos una desde ya, aunque probablemente después no caigan las críticas de un nutrido grupo de nuestros visitantes, que son extremadamente celosos sobre lo que debe ser una biblioteca; aunque pasen casi siempre de los servicios y actividades que organizamos.

Bibliotecarias rancias, como manda el canon,
vengándose en la calle a bordo del bibliobús


Recientemente, el escritor Gustavo Martín Garzo en su artículo Coleccionar silencios hablaba de la Biblioteca 10 de Helsinki, y de cómo su oferta de servicios incluye desde leer en hamacas, dormir la siesta, hacer negocios, bailar o tocar la guitarra; y que ha hecho que se incremente el número de usuarios del centro; arrinconando para ello, en algunos momentos, el sacrosanto silencio que se supone debe reinar en las salas de una biblioteca.

El silencio en las bibliotecas es un atractivo que no deberíamos perder en este mundo ruidoso, como denuncia Martín Garzo (y aún más en un país como el nuestro, tan poco respetuoso del control de decibelios). Pero para muchos de los estudiantes que en periodos puntuales, abarrotan nuestras salas: silencio es sinónimo de inmovilismo. Y de esta manera entramos en el eterno debate: ¿debemos coartar la puesta en funcionamiento de nuevos servicios, a causa de quienes infrautilizan nuestras instalaciones usándolas como simples salas de estudio?

Lo que nos jugamos al elegir entre una cosa u otra puede ser la irrelevancia absoluta de las bibliotecas en el siglo XXI; y eso, es algo que no podemos permitirnos. Encontrar el equilibrio entre pasado y presente, y sobre todo: saber transmitir a la gente que si el mundo ha cambiado, las bibliotecas no pueden dejar de hacerlo, son los grandes retos que tenemos las bibliotecas.

Tal vez así, la eterna duda existencial de todo joven que se precie sobre si ir a la biblioteca o a la discoteca, quede de una vez resuelta al poder bailar y estudiar en el mismo sitio. Y para cerrar, nada mejor que una escena de la simpática película Begin again (próximamente en nuestras colecciones) que viene muy a cuento. La pareja protagonista decide compartir sus gustos musicales a través de los cascos en su paseo por la ciudad. La imagen de los dos bailando a su ritmo en mitad de una discoteca, casa a la perfección con todo lo hemos dicho en este post.




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