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viernes, 29 de mayo de 2015

Groupie literaria

Patti Smith tras el objetivo

The Elephant house, el cementerio de Greyfriars o el callejón Knockturn son algunos de los lugares de Edimburgo que los fanáticos de la saga Harry Potter, visitan en masa para conocer los escenarios que, según se cuenta, inspiraron a J.K. Rowling para crear la obra que la convertiría en millonaria.

En el caso de las estrellas del rock está más extendida esa fascinación que lleva a los fans a viajar hasta lugares míticos (ahí están Graceland, Neverland o The Cavern club, como lugares santificados respectivamente por Elvis Presley, Michael Jackson o The Beatles, y reconvertidos en lucrativos negocios); pero en el caso de la literatura, salvo excepciones, no es tan abrumador este fenómeno de fans viajeros.

Una pena, porque para aprovechar bien un viaje, no hay  nada como tener referencias literarias. Series como Sexo en Nueva York, han sido las culpables de muchos viajes a la Gran Manzana. Pero viajar a un lugar y rastrear los ecos literarios que tenemos del mismo, puede resultar una experiencia mucho más enriquecedora, que hacerlo siguiéndole la pista a una serie o película. En el caso de la literatura, contrastamos lo que vemos con lo que creó nuestra imaginación, y ese contraste, pese a posibles decepciones: suele resultar más íntimo y sugerente.

Objetos personales de Rimbaud

Cama y escritorio de Virginia Woolf

E íntimas y sugerentes son las fotografías que la gran Patti Smith fue recopilando a lo largo de sus viajes literarios. Decidida a dedicarse a la poesía, como cuenta en sus memorias, Smith de joven peregrinó a Francia siguiendo la huella de su adorado Rimbaud, a Inglaterra rastreando la intimidad de Virginia Woolf, o William Blake. Sus polaroids dan testimonio de su amor hacia estos creadores a través de objetos cotidianos, o de los lugares que habitaron. Desde unos cubiertos de Rimbaud, a la cama y escritorio de Woolf, un pañuelo de William S. Burroughs o unas pantuflas de su amado Robert Mapplethorpe.


Tumba del escultor Brancusi, y zapatillas de Mappelthorpe

Fotografías que han sido objeto de alguna que otra exposición, y que nos permiten asomarnos al mundo creativo de una creadora única. Y es que todo creador antes que artista, ha sido fan; y para sus fans no hay nada más preciado, que descubrir cuáles son sus referentes. Precisamente, la propia Smith fue protagonista de una anécdota relacionada tangencialmente con nuestra biblioteca, que viene a cuento desvelar aquí.

Uno de los técnicos de esta casa, llevaba unas semanas enfrascado en el estupendo libro autobiográfico
de Patti Smith: Éramos unos niños. Una noche de sábado acudió a cenar al desaparecido restaurante de la capital murciana, La Buchara, y allí, de improviso, vivió un auténtico momento fan cuando al entrar en el comedor: se topó de bruces con la mismísima Patti Smith, que participaba ese año en el festival SOS 4.8.

Su timidez, y ese complejo tan nuestro de lanzarse cuando se trata de demostrar el inglés que aprendimos, le llevaron a ocupar su mesa sin decirle ni mú. Al menos, eso sí: envió una botella de vino como obsequio a su mesa, que la artista agradeció con una cumplida nota.  

En este caso, a nuestro compañero no le hizo falta cruzar el océano para deambular por el hotel Chelsea o Brooklyn rastreando las huellas de esa escena underground y contracultural  sobre las que escribía la madrina del punk. Directamente se encontró compartiendo comedor con la leyenda de la música, protagonista del libro que lo tenía enganchado.

Este post sin vídeo musical que lo clausure, tendría poco sentido. Y en nuestro empeño de no ser obvios estábamos dudando entre algunos de los clásicos de Patti Smith, o algún tema popularizado por Joselito.

No, no es que nuestra tendencia por epatar se nos esté yendo de madre, es que si uno de los referentes de Smith era el poeta Rimbaud, da la casualidad que esta semana ha llegado a nuestra Comicteca: el fantástico cómic biográfico dedicado a la vida y milagros del niño prodigio. La comparativa que el autor establece entre el poeta francés y el pequeño ruiseñor, es una de las relaciones más divertidas e interesantes que hemos visto en muuucho tiempo.


Así pues, puede que nos guste provocar, y que en un post dedicado a la madrina del punk, no cabría nada más punki que una canción de Joselito. Pero como la polución sonora en los años en que triunfó el pequeño ruiseñor, y la actual, difieren mucho: por el bien de nuestros tímpanos, vamos a ser conservadores, y optar por la Smith. People have the power (La gente tiene el poder). No entendemos como a ningún partido se le ocurrió elegirla para la última campaña electoral.


miércoles, 26 de marzo de 2014

Pilates literario

Gimnasia para escritores de Eliza Clark

No sabemos el momento histórico exacto (tendremos que recurrir a nuestras fuentes), en el cual, el cultivo de la mente y el cuerpo se deslindaron de tal manera, que el ejercicio físico y el intelectual parecieran casi antagónicos. Debió ser por la Edad Media con la demonización de la carne que trajo la Inquisición, y la separación entre cuerpo y espíritu, que tanto daño nos sigue haciendo. Pero lo cierto, es que entre el gymnasion griego, y el bodypump, el spinning, el bodybalance o la batuka de los gimnasios actuales, pocas similitudes se encuentran.

De ahí que la figura del intelectual siempre se asocie a un individuo de expresión interesante (si no fuma en pipa en la foto de la contraportada, que ya anda en desuso, sí al menos con gafas), para el que las cuestiones del ejercicio físico quedan muy lejos de sus intereses. Y como todo tópico, sólo hace falta repasar a algunos de las figuras literarias más relevantes, para que la figura de sedentarismo que se asocia a los escritores se desarme por completo.

El ejemplo más significativo, por actual, sería el de Murakami. El escritor japonés relaciona su gran afición por correr con la creación literaria en su obra: De qué hablo cuando hablo de correr. Para Murakami escribir es una labor física, y a la inversa, el ejercicio físico es algo espiritual. Si a lo largo de la historia no han sido pocos los creadores que han buscado abrir las puertas de su percepción a través de las drogas; el deporte, puede llegar a ser una mejor forma de abrir la mente a otros niveles.

Montaigne ya habló de la importancia del ejercicio físico, como parte indisociable del desarrollo personal. Y bien por seguir esta máxima, o por dar salida de manera física a tantos demonios internos: la relación entre los literatos y la práctica deportiva es más fecunda de lo que pudiera parecer.

Hemingway boxeando consigo mismo


Kerouac, atleta universitario
Desde Hemingway, que fiel a su exaltación de la virilidad se volcó en la práctica del boxeo; Julio Cortázar fue un aficionado al tenis; Milán Kundera rompió el estereotipo de intelectual enclenque al sumar a su ya de por sí envergadura física, la práctica del levantamiento de pesas; Jack Kerouac ganó una beca en la Universidad de Columbia para jugar al fútbol americano; o la mismísima Agatha Christie, fue pionera en practicar el surf en las playas de Ciudad del Cabo o Honolulu.

Agatha Christie, pionera del surf
Claro que si hablamos del deporte rey, el asunto convoca a muchos más nombres (¡ojo! escritores que jugasen al fútbol, no que escribieran o les gustase, que eso daría para muchos capítulos) entre los más significativos estaría Albert Camus. El autor de La peste o El extranjero, que de no ser por la tuberculosis que le atacó a los 17 años, estaba decidido a volcarse profesionalmente al deporte que era su pasión. Y del balompié, extrajo muchas de las conclusiones morales y de comportamiento que conformaron el ideario ético que luego transmitió a través de sus obras.

Y tantos, y tantos otros literatos para los que el ejercicio creativo formaba y forma un todo con el físico, nutriéndose de ambos a la vez. ¿Cuándo se podrá de moda en los gimnasios el bodybook, o el reading en circuito o el pilates literario? Más de uno nos abonaríamos a esas clases.

Norman Mailer en desigual pulso con Cassius Clay


martes, 9 de julio de 2013

Críticos cítricos

El crítico de arte de Norman Rockwell

Llegan las vacaciones y nuestros usuarios se aprovisionan de lecturas. Las listas de espera para los títulos de moda se colapsan aún más (si es que acaso eso es posible) y no queda estantería sin remover en busca del libro deseado. Como se decía en BRMU Bizarra. Décima entrega y final:

“apocalípticos/integrados, lectura impresa/lectura digital, gafapastas/chonis, devoradores de best seller/letraheridos exquisitos, pobres/ricos, ancianos/niños […] las bibliotecas públicas a todos acogen, y a todos procuran contentar”
Nosotros aportamos nuestro granito de arena a través de nuestro servicio Picoesquina (actualmente Escandaloso), cumpliendo una de nuestras funciones: ayudar a descubrir títulos que quedan fuera del marketing editorial del momento. Rehuyendo el dirigismo cultural, pero inevitablemente apoyando obras que tienen más papeletas para perdurar en el futuro, que las aves de paso impresas que invaden grandes superficies.

Campos, Grandes y Milá: ¿TV versus literatura? 

Y precisamente, con motivo de la pasada Feria del libro en Madrid, surgió una polémica entre algunas estrellas televisivas de las que hablamos en literatura tupperware, y la escritora Almudena Grandes, a cuenta de su artículo Elogio de la literatura. Este pequeño rifirrafe pone en evidencia el panorama cultural en el que nos desenvolvemos, y nos ha recordado al dialogo que aparecía en la película Amor y letras de Josh Radnor sobre el megahit editorial de Crepúsculo:





En tiempos en que las recomendaciones en redes sociales o las invasivas publicidades de las multinacionales, han terminado de dar la puntilla a la figura clásica del crítico especializado: ¿somos realmente más libres a la hora de elegir qué leemos, vemos o escuchamos?

Arduo debate para el limitado espacio de este post, pero no deja de ser sintomático que en el reciente Congreso sobre "La Biblioteca de Occidente en contexto hispánico", celebrado en la Universidad Internacional de La Rioja, se haya elaborado un listado de libros que deben formar parte de una biblioteca familiar mínima de máxima calidad.


Pauline Kael, mítica crítica de cine estadounidense


Statler y Waldorf, los críticos implacables
de Los teleñecos
La mítica crítica de cine estadounidense Pauline Kael, dijo unas palabras que podemos extrapolar a las bibliotecas: “la grandeza del cine es que puede combinar la energía de un arte popular con las posibilidades de la alta cultura”, y esa tal vez sea también la grandeza de las bibliotecas públicas.

El cartel de Los amantes pasajeros,
para algunos lo único estimable de la
última de Almodóvar
Pauline Kael fue un revulsivo en el campo de la crítica cinematográfica a la hora de combinar desprejuiciadamente alta y baja cultura. Y es que la figura del crítico, del experto, con todos los reparos que se le quieran poner, sigue siendo necesaria, aunque sea por la vidilla que da al mundo cultural (¿qué sería ya de un estreno de Almodóvar sin un enfrentamiento con Carlos Boyero?)

Y si bien no es el papel de la biblioteca, con nuestras sugerencias o a través de las recomendaciones en nuestra revista ActualBiblioteca, actuamos como asesores (e inevitablemente se filtran nuestras querencias). Eso sí, siempre procurando ser abiertos de mente, ojos y oídos, desprejuiciados y glotones culturalmente, para así atender mejor a nuestros usuarios.

Y también, para qué negarlo, porque no queremos terminar como el crítico cítrico de El atlas de las nubes. Nuestra entrega a la cultura después de todo tiene sus límites.