lunes, 8 de junio de 2015

Greta Garbo en los tiempos de Facebook





Greta Lovisa Gustafsson, la divina, la esfinge, la mujer que no reía, con sólo 36 años, en el culmen de su fama, dijo aquello de "quiero estar sola". Se quitó su disfraz de Greta Garbo, e intentó llevar una vida anónima sólo profanada por los teleobjetivos de algún que otro paparazzi. En el siglo XXI, sería mediaticamente imposible que pudiera existir otra Garbo. Si nuestra Pepa Flores/Marisol también lo consiguió, es porque su retiro fue cuando Internet estaba en pañales, y las redes sociales ni se podían avistar. 

Las estrellas en la era del Instagram (pese a los intentos de alguna como Lana del Rey), no pueden aspirar ni por asomo a ese misterio, a ese aura inalcanzable del que divas como la Garbo, la Dietrich o la Callas hicieron marca de fábrica.





En el 2015, cuando hasta los televisores nos espían en el salón de casa, ese querer apartarse del mundo va camino de ser imposible. No es que nadie esté a salvo, es que casi nadie quiere estarlo. Exhibirse, mostrarse, confesarse hasta tal punto que quien no lo haga, resultará sospechoso. 

Así lo vaticina el escritor Dave Eggers, cuya última novela, El círculo, está a punto de llegar a nuestras estanterías. Para Eggers el ciudadano que defienda su anonimato se convertirá en sospechoso, porque sólo un hacker o un terrorista no querría que su identidad circulase libremente por las redes sociales. 

Por eso con su última novela, su protagonista Mae, vive una trama con ecos de 1984 de Orwell, en una empresa que vendría a ser un mix entre Google, Facebook y Twitter, y en la que su máxima empresarial es que "los secretos son mentiras".

El delicioso cómic con estética de los cincuenta
Si la novela de Eggers debutará en breve en nuestros fondos, el cómic Recuerdos del imperio del átomo  ya lleva unas semanas en la Comicteca. Por contraste, esta fantasía retrofuturista en viñetas, nos sumerge en una deliciosa historia ambientada en los años 50, en plena irrupción de ese diseño futurista que ahora consideramos fascinantemente retro.

La persistente moda de lo vintage en ropa, en decoración y en mil cosas más, puede que tenga que ver con lo antipáticos que se han vuelto algunos de los representantes electrodomésticos de esas nuevas tecnologías. 

Tener un televisor de plasma es como tener a Lord Darth Vader en casa: nos intimidan siniestros, colonizando nuestros salones como Vader invadía planetas en Star wars. Al menos podían añadirle la respiración asistida del siniestro caballero Jedi, para que supiéramos cuándo nos están espiando. No es de extrañar, que más de uno se sienta como Jacques Tati en la película Mi tío, perdido ante la prepotencia de estos gagdets de última generación.


Jacques Tati, irrumpiendo como un elefante en la cacharrería
de la modernidad en Mi tio (1958)


El incomprensible fenómeno, para no adolescentes,
del youtuber El Rubius
Precisamente en esos televisores de plasma, se emitió hace unos días la entrevista que el publicista Risto Mejide hizo en su nuevo programa al youtuber más famoso de las redes. Rubius, el joven que tiene hasta 11 millones de seguidores en su canal de Youtube, y que con sus vídeos se ha convertido en ídolo de masas. Tal vez el momento más trending topic (por mezclar conceptos) de la entrevista, fue cuando se emocionó recordando los duros momentos que pasó por culpa del acoso de los fans, el aislamiento al que se vio abocado por alcanzar una fama desbocada compartiendo su intimidad en forma de vídeos. 

Ese momento en que la fantasía virtual que le había hecho rico, interfirió sin permiso en su realidad, y llegó a amargarle la vida. Ese instante (que siempre cotiza al alza en la televisión) de las lágrimas de El Rubius, es de una de las mejores metáforas visuales de los tiempos que estamos viviendo. 

Si la Garbo quiso que la dejaran en paz en el siglo XX, el Rubius quiso dejar de ser transparente, que diría Byung-Chul Han, en el siglo XXI. Pero, una vez superada la crisis, sigue grabándose haciendo el indio en su cuarto, sin miedo a que Youtube (como creían los auténticos indios respecto de la fotografía), de tanto exhibirse, llegue un día a robarle el alma  





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